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El nuevo archivo y biblioteca diocesanos

 

Mis padres, me enseñaron como hay que procurar en todo un sereno equilibrio ponderado y, a ser posible, elegante. En todo menos en la gratitud. Esta, ha de ser un poco exagerada, pues de otro modo puede parecer que está de acuerdo con los propios méritos, en cuyo caso se falsea la elegancia y la gratitud se desvanece.

 

El que suscribe, en cuanto sacerdote, celebra a diario la Eucaristía… en más de una ocasión, más de una vez en la misma jornada, procurando poner los cinco sentidos en este adorable acto intraducible: para traducir Eucaristía, término griego sin parangón posible con uno castellano, habría que meter en un mismo molinillo: gratis, gratificante, gratuito, gracioso, agradecido, gratitud, acción de gracias, gracia de don recibido y gracia de gracejo lleno de simpatía… y en definitiva todo aquello que contribuya a “vivir en gracia”, que es todo lo contrario “vivir en pecado”.

 

Pues bien, pecado sería no comenzar agradeciendo a nuestro Obispo Don Ginés García Beltrán, la apuesta católicamente decidida a favor de esta empresa para convertir el espacio vacío de la Magdalena en un tridimensional modo provechoso de hacer que su altura, su anchura y su profundidad se vean ahora repletas de la sabiduría que Cristo ha inspirado en los cristianos durante los últimos dos milenios. La que fuera templo de los paganos, dedicado a Isis cuyo altar aquí fuera encontrado y reside ahora en las salas del Museo arqueológico de Sevilla; la que fue después basílica paleocristiana y visigoda, pues en ese mismo altar pagano se labraron las listas de reliquias que el bloque marmoleo contuvo, reorientando así el uso de aquel altar premonitorio de la reorientación completa de este templo; la que después fue mezquita desde los tiempos almohades hasta la reconquista y posteriormente retornó a su catolicísimo uso… es ahora dedicada a contener orgánicamente el mejor producto de la civilización cristiana: los dones de ciencia y de sabiduría que el Espíritu Santo ha inspirado a los mejores cristianos en los XX siglos de su obra, la Iglesia.

 

Acaso, por mejor decir, sea un soneto quien lo diga.

 

A la “mudante” Magdalena

 La que fuera templo a Isis dedicado

y vino a ser basílica cristiana,

después en minarete transformado

trocó el muecín por la campana.

 

De tanto transformar lo transformable,

toalla hizo de su larga melena

y convirtió, mudando lo mudable,

su llanto en alegría de Magdalena.

 

De su costumbre en trance de mudanza,

trocado el culto por la sabiduría,

a esta iglesia y su altar nadie la alcanza:

 

Pagana, mora y más que judía,

en esta otra suerte de alabanza

cambió noche de error por claro día.

 

También de estudio gloria se merece

la que los legajos y los libros mece.

 

 

El estrambote final, sin duda por estrambótico, confiere particular significación al mimo con que los estudiosos mecen, en dignísima cuna, los documentos antiguos y los antiguos libros:

El arquitecto Francisco Sánchez Martínez, fabricó un proyecto tal que hiciera residir la sabiduría con el asiento lleno de dignidad que ha de serle propio. Se trataba de configurar unas salas y unas estanterías que, soportándose a sí mismas, escalonasen el templo en una fórmula capaz de albergar orgánicamente el conjunto de documentos expedidos y recibidos por la Diócesis durante más de cinco siglos, en el Archivo, y la soberana colección que los cristianos, ya fueran obispos o canónigos, párrocos o frailes de siete conventos, seminaristas y religiosas de diversas órdenes, o maestros, médicos, boticarios, geógrafos o químicos, amén de historiadores del arte, filósofos y músicos… acompañados de otras múltiples sapiencias, han venido almacenando para mostrar que no son pocos los que desde el  entonces del Evangelio hasta el hoy mismo de la Iglesia, no entierran sus talentos si no que los reproducen admirablemente por hablado, escrito y sonado en músicas sublimes.

 

Encargado que fue el proyecto al arquitecto, Paco puso a funcionar su creativo magín para configurar un orden nuevo bajo el techo mudéjar de la Magdalena, cuyos pares y nudillos se enjaldetaron sostenidos por unas nuevas tirantas y zapatas: es como si el trabado del artesón, hubiera descendido por toda la nave para ensamblar ahora unos hierros y aceros sustentantes de los libros y los legajos. Así, el templo entero se hace ensamble de civilización, cultura y arte, en la más pura y noble tradición cristiana.

 

Todavía, la que fuera capilla mayor del templo, es ahora por feliz casualidad la sala de investigadores, donde, con los mejores y más recientes instrumentos informáticos, numerosas personas se afanan por desentrañar los misterios de esta mina del saber, a la que hay que acercarse con humilde y esforzada constancia. Así, donde se ofreció el sacrificio único aceptable al Padre, por el Hijo en el Espíritu Santo, ahora se ofrece el silencioso himno del estudio, la humilde búsqueda de la ciencia y la oración que converge en fuentes diversas para la alabanza de Dios y el servicio del género humano.

 

Aun más, la torre que sirviera de campanario ahora remodelada para usos múltiples, lejos de permanecer muda, repica en redobles al vuelo para la contemplación de un paisaje circularmente único, pues no en balde centra el desecado cráter del lago que Guadix fue hace millones de años. Cada peldaño sirve para ascender a la cumbre gozosa de la luz o para descender a la hondura sólida del saber. Así, también la torre es el símbolo adecuado de la biblioteca y el archivo.

 

Toda esta espiritualidad es lo esencial en este almacenamiento de gozosas sabidurías, pero somos católicos, no cátaros, por ello, lejos de excluir la materialidad como nociva, sabemos ensamblar el espíritu encarnándolo en la pura materia: ¿esto quien lo paga?. Lejos de descender a lo prosaico, el mecenazgo, desde la edad antigua a nuestros días, posibilita la grandeza del arte y de la ciencia. Ciertamente, sin la Asociación para el  Desarrollo Rural de Guadix, la Consejería de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente  de la Junta de Andalucía,  el Fondo Europeo de Desarrollo Rural y el Programa Leader, no hubiera sido posible unificar los fondos documentales y bibliográficos de nuestra Diócesis. Tanto los responsables de cada una de estas entidades, como su Gerente en la persona de don Juan José Manrique López,  pueden contar desde ahora con la magnitud de nuestro agradecimiento, humilde y sencillamente expresado con la franca llaneza que las personas cabales ponen en un sencillo “gracias”.

 

Si el proyecto ha sido de Francisco Sánchez y los fondos del ADR, en su inmensa mayor parte, pues también la Diócesis ha puesto la que le corresponde, la ejecución de la obra ha corrido a cargo de la empresa Castelo Dauro. De nuevo agradecer resulta gratificante y la gratitud se expresa con justicia en razón de la siempre acogedora simpatía con que se han atendido las más leves sugerencias en favor del funcionamiento del Archivo y de la Biblioteca. El prestigio empresarial es principalmente una cuestión de eficacia, en este caso completamente demostrada, pero también de fértil capacidad de interrelación humana. La franqueza, siempre cortés, es un modo cervantino de establecer relación y un modo clásico y ciceroniano de recrear la amistad. Gracias también a la empresa Castelo Dauro desde lo hondo de la sinceridad.

 

No son pocas las personas que, ya desde dentro de la propia organización diocesana, han colaborado en la feliz terminación de esta nuestra obra cultural y canónica: la Administración Diocesana en las personas de don Juan Sáez y Don Luis Garrido, han ejercido importantísimas funciones en todo cuanto referirse pueda a la redacción, ejecución y terminación del proyecto, en toda su no escasa complejidad legal y administrativa. También aquí el trabajo ha reforzado a la ilusión y esta ha cimentado al laboreo.

 

Por otra parte, el Cabildo de la Catedral con todos sus miembros sin excepción, han sustentado la opción del traslado a la iglesia de la Magdalena de todos los fondos catedralicios tanto documentales como bibliográficos y musicales. Si bien es cierto que lo procedente de la Catedral es minoritario en relación con el conjunto total, no por ello es menos valioso, pues ejerce un notable impacto en la consideración de los señores investigadores que durante los últimos 30 años han solicitado los servicios de nuestros fondos. Vaya entonces también para el Excelentísimo Cabildo de la Catedral nuestra más honda y completa acción de gracias, pues durante siglos ha venido produciendo los tesoros que hoy custodiamos, exponemos y estudiamos.

 

Si a la comunidad sacerdotal de los canónigos se la debe mencionar por serena justicia, lo mismo ha de hacerse con el conjunto de los archiveros diocesanos. Hace ya 35 años, el que suscribe, recuerda la galanura y amabilidad ensotanada de don Ángel Muñoz Quesada, a cuyas órdenes trasladábamos los seminaristas montones de documentos desde el antiguo Archivo catedralicio, hoy Sala de pinturas de nuestra exposición permanente, a la planta baja de nuestro Obispado, que durante tres décadas ha albergado la parte más sustancial de nuestros materiales y colecciones. Sucedió a don Ángel, de felicísima memoria, don Andrés Gea Arias, prematuramente arrancado de sus investigaciones y publicaciones por un fallecimiento repentino. Prosiguió don Juan José Toral, y colaboradores tan señalados como don Juan de Dios Guerrero Portillo y don Antonio Cascales Puertas. Todos permitieron que, desde hace más de treinta años, nuestro archivo estuviera abierto durante cuatro horas diarias de lunes a viernes. En los últimos años, fue don Leovigildo Gómez Amezcua el que aplicó su orden, siempre disciplinado, a las labores archivísticas. No me canso de repetirme en agradecimientos.

 

Es verdad que todos los procesos tienen sus propias crisis, a veces de crecimiento y consolidación. Para que no faltara nada en el nuestro, ni siquiera en los momentos en los que ha podido peligrar su ejecución, el Centro de Estudios Pedro Suárez, fundado hace una treintena de años a las sombra de nuestro archivo, también ha podido echar su cuarto a espadas en la persona de su director don José Manuel Rodríguez Domingo. Cuando fue necesario avalar la condición imprescindible de nuestros documentos y libros para garantizar la labor investigadora que le es propia, Don José Manuel buscó abales de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, el Departamento de Lenguas y Culturas Mediterráneas de la Universidad de Jaén, el Archivo Municipal de Huescar, el Instituto Gómez Moreno de la Fundación Rodríguez Acosta, el Archivo Histórico Provincial de Granada, el Departamento de Patrimonio Bibliográfico de la Biblioteca de Andalucía, de la Consejería de Cultura, el Comité Ejecutivo de Expertos en Patrimonio, el Archivo de la Real Chancillería de Granada y los señores Doctores, Profesores de historia de los Institutos Padre Poveda de Guadix y Francisco Marín de Jaén, así como del Subdelegado del Gobierno, también doctor en historia y fundador del Centro de Estudios Pedro Suárez. Los avales redactados por todas estas personas y entidades, resultaron de la mayor utilidad para asegurar la indudable valía de nuestro patrimonio documental. Nuestro reconocimiento nunca será suficiente retribución, ni lo pretende, pues sólo la disposición de servicio a los investigadores que podamos mantener, será una manera digna de tener en cuenta la inestimable ayuda que los propios miembros del Centro de Estudios Pedro Suárez nos han prestado, con su director a la cabeza cuando tan necesaria nos ha sido.

 

Todos estos esfuerzos han cristalizado en la nueva ubicación de nuestro patrimonio bibliográfico y documental, cuya primera beneficiaria es la proyección futura de las investigaciones acerca de la identidad histórica de nuestra Diócesis, así como la puesta en valor del templo de la Magdalena.

Miles de cajas con miles de documentos, amén de miles de libros, partituras y fotografías, suponen por su propia naturaleza, una aportación definitiva a la cultura de la provincia de Granada y de su zona norte en particular. Las bases de datos de los índices automatizados del contenido de cada fondo, junto a las posibilidades de los archivos parroquiales ya microfilmados, determinan unas investigaciones de futuro de muy largo alcance. La preservación, difusión y servicio que nuestra Diócesis puede realizar desde ahora, descansa en el hecho de que las más antiguas instituciones del reino granadino gozan de una amplitud cronológica tan inmensa como inmenso es el espacio organizativo que han requerido: la rehabilitación adecuada, con exigible seguridad y protección para salvaguardar la integridad física y funcional de estos tesoros que han permanecido en los siglos y durado en los tiempos, alcanza en los cuatro alzados de la nave central de la Magdalena de Guadix su ubicación más adecuada.

 

Así, la identidad de la zona accitana sale extraordinariamente reforzada: desde los documentos en algarabía musulmana, a las obras pías y fundaciones, pasando por medievales partituras adiestemáticas en pergamino, para llegar a informaciones sobre fincas, límites, precios, diezmos, molinos, almazaras… hasta encontrar testamentos y legados, monasterios, hospitales y parroquias, notarías y tribunales, historias familiares o conflictos capitulares, todo cabe bajo la sombra de la mitra accitana, pues esta, al decir de Unamuno es “ciudad mitrada” y, por ello, grey singularizada por sus propios pastores que, pontificando durante siglos, han dado a luz a nuestra propia historia.

 

Además, es indudable la incidencia cultural que nuestra Biblioteca y Archivo poseen para la Diócesis de Guadix y sus instituciones: parroquias, hospitales, conventos, orfanatos, cofradías, censos, testamentos, padrones, escuelas, seminarios menor y mayor, escolanías y coros, Cabildo catedral, tribunales episcopales, delegaciones y secretariados diocesanos y un larguísimo etc., son causa y efecto al mismo tiempo, de una ingente cantidad de materiales, expedidos y recibidos por cada entidad de acuerdo con su propia naturaleza. Por no hablar de la cantidad y calidad de documentos regios, más de 20 cajas, y papales: sólo en bulas de pergamino el número es muy relevante. Nuestra identidad cultural se ha consolidado en el desarrollo administrativo que la iglesia ha proporcionado a nuestra zona. Todo ello converge en la manifestación histórica de las más variadas expresiones: biográficas, sociológicas, antropológicas, económicas, asociativas, familiares, corporativas y religiosas… por citar sólo las principales. Toda la zona de Guadix tiene el mayor arsenal de datos en estos fondos, cuyo contenido se magnifica en razón de su casi total exclusividad, pues los archivos conservados en el entorno, con posterioridad a los conflictos bélicos de los pasados siglos XIX y XX, son muy escasos y, respecto de algunas épocas, prácticamente inexistentes.

 

No quiero silenciar ahora cómo constituimos una herramienta fundamental para el quehacer de todo investigador que pretenda acercarse a la realidad de los altiplanos granadinos. Los documentos y los libros reflejan la experiencia humana que los ha producido, pero, a  su vez, son siempre las diferentes interpretaciones las que les confieren voz y las que contribuyen a que el pasado no muera en el olvido. Téngase en cuenta además, que el olvido mismo, es la peor de las muertes, pues todo lo que se recuerda continúa vivo en nosotros.

 

Así, finalmente, deseo recordar también a la empresa de don Antonio Morillas, con cuyos hijos y sobrino se han limpiado las estanterías y cargado y descargado camiones y camiones de material, con un cuidado sólo comparable al que doña Carmen Hernández Montalbán, don Francisco Funes, y el eterno ratón de nuestras bibliotecas, dicho sea con el mayor afecto, don Antonio Carlos Sedano Rivera, han colocado y recolocado cada caja y cada libro. La calidad de su trabajo nunca ha estado reñida con la ingente cantidad del mismo laboreo, acaso por seguir el ejemplo de dos voluntarios que repletan la dignidad objetiva de nuestras mesas de trabajo: años y años, días y días, horas y horas reordenando articulada y orgánicamente todos nuestros materiales, con paterno rigor y maternal afecto, cual si de hijos predilectos se tratase: doña Asunción Teba Rodríguez y don José Rivera Tuvilla, no son simplemente “voluntarios” por cuanto a su voluntad se refiere, sino que hacen buenas las otras dos potencias del alma, toda vez que encarnan la memoria y el entendimiento de nuestro Archivo. Otra vez y necesariamente, tan sólo la gratitud es suficiente por imprescindible en justicia.

 

Pensar en un archivo es pensar en la historia, la tierra y la cultura humana, pero es también pensar y reflexionar en nuestro incierto presente, sobre la grandeza de nuestro futuro eterno: si de Dios recibimos los bienes temporales, será bueno agradecerlos para la eternidad futura que nos regala. Gracias sean dadas sobre todo a Dios.

 

 

Manuel Amezcua Morillas

Canónigo Archivero

 

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