top of page
HISTORIA DEL ARCHIVO Y BILBIOTECA DE LA DIÓCESIS DE GUADIX

 

 El Archivo: datos históricos[1]

 

            El origen del Archivo está en el mismo nacimiento de la Catedral, erigida por bula del Cardenal Mendoza el 21 de Mayo de 1492. Aunque en ella no se especifica nada sobre el tema, se supone que, por su misma naturaleza, generó una serie de documentos escritos que debieron guardarse cuidadosamente desde el principio. Donde sí se alude ya directamente a él es en la Consueta (conjunto de reglas por las que se rige el cabildo) de 1556, en la que se dice que “a de aver tres libros en el archivo: uno en que estén las posesiones y habizes de la fábrica desta yglesia y hospital y otro en que estén las posesiones de la mesa capitular;  otro en que estén las posesiones y haziendas de las capellanías de que tiene patronadgo el cabildo o el prelado”[2]. Esta disposición se  confirma con dos anotaciones del Libro de Fábrica correspondiente a los años 1548-1565, donde se le paga a Bartolomé Meneses y Juan García por el archivo que hicieron  para las “escrituras de la mesa capitular y fábrica” en el año 1556. Y más adelante se pagan unas tablas “para hacer el archivo que su señoría manda que se haga para esta santa iglesia para las escrituras de la fábrica y del hospital” también en 1556[3]. De estos datos y otros que aparecen en los libros de actas se deduce que el archivo capitular, a lo largo del siglo xvi, consistiría en un armario o estantería situado en la Sala del Cabildo, en el que se guardarían los documentos fundamentales, y que su responsable sería el secretario del  mismo.

 

A raíz del Concilio de Trento (1545-1563) en el que se potenciaría la importancia de los archivos diocesanos, se establece un “estatuto sobre el archivo”, que obligaría a hacer un inventario de éste en 1581[4]. “Pero será en el año 1631 cuando se produzca un nuevo cambio ante la multiplicación de series en el archivo existente, ya que se llega a un acuerdo para hacer un nuevo archivo en la catedral, que irá ubicado enfrente de otro que está en la sala del cabildo. Y estará a cargo de un capitular, el canónigo más antiguo, que será nombrado anualmente. En este sentido, el encargado del archivo siempre será un capitular, que será denominado bien clavero bien llavero, hasta principios del siglo xviii en que por primera vez aparece el término de ´archivista´”[5]Este párrafo, extraído del artículo citado, y que en el mismo aparece ampliamente documentado, sintetiza muy bien la evolución histórica de nuestro archivo en aquella etapa. Omitiendo otras referencias, que prolongarían excesivamente este resumen, llegaremos a la segunda mitad del mencionado siglo para encontrarnos con dos acontecimientos, que marcarán un impulso firme en la potenciación de esta materia: la creación del archivo de música[6] y el establecimiento de la biblioteca capitular, el 6 de Abril de 1778[7].

 

A partir de este momento, el interés de prelados y capitulares  por  Archivo y  Biblioteca irá aumentando hasta alcanzar su punto culminante en el primer tercio del siglo xx, con la creación de los “reglamentos”.

 

  Los Reglamentos

 

 Fue, efectivamente, a principios de este siglo cuando se registra una mayor atención al tema archivístico. Así, en el decreto correspondiente a la Visita Pastoral que giró el obispo don Maximiano Fernández del Rincón a la Catedral, el día 14 de noviembre de 1902, dispone lo siguiente: 1º Se ordenarán los archivos y se formará un índice general de los libros y legajos en el término de seis meses y por la comisión que designe para ello el Ilmo. Cabildo. 2º En igual término se formará por el Sr. Secretario del Cabildo el índice general de los libros de actas que no lo tengan, con expresión de asuntos”[8]. Años más tarde, en la Visita realizada por el obispo don Timoteo Hernández Mulas, el 17 de abril de 1913, hay una referencia a la Biblioteca y Archivo, aunque no acompañada de disposición alguna[9].Fue su sucesor don Angel Marquina Corrales quien dio un paso importante encomendando al beneficiado Antonio Sierra Leyva la organización del Archivo catedralicio y de la biblioteca del Seminario. Este sacerdote, que había llegado a Guadix como sochantre el 14 de julio de 1914 “destacaba más como escritor y erudito que como tenor bajete; además conocía bien las técnicas archivísticas por haber ayudado a la organización de la Biblioteca de la Universidad de Granada y de su archivo. Su labor fue tan buena que, previa renuncia a la sochantría en 1923, se le concedió un beneficio con la carga de archivero el 29 de febrero de 1924”[10].

 

Precisamente será cinco semanas antes de esta fecha cuando aparezca el primer “Reglamento de Archivero y Bibliotecario de la S. y A. I. Catedral de Guadix y Baza”[11]. Este importante documento, que lleva fecha del 25 de enero de 1924, consta de 29 artículos y está dividido en 8 apartados, cuyos títulos son: Personal, Horas de oficina, Consultas, Caja del Índice, Material, Préstamos, Publicaciones, y Memoria. Como se ve por esta simple relación, abarca  todo lo referente a esta función. A continuación damos un resumen del mismo por su importancia y trascendencia, ya que recoge esencialmente el espíritu que, desde entonces, se viene manteniendo en el funcionamiento de esta institución.

 

En el apartado de personal, se regula muy claramente la misión del Archivero-Bibliotecario, “encargado de cuidar,  organizar y catalogar los documentos, legajos, libros y demás cosas pertenecientes al Archivo y Biblioteca” (art. 1º), la conveniencia de nombrar un “Auxiliar” que le ayude (art. 2º), la catalogación y organización “que se hará con la posible sujeción a las instrucciones por que se rige el cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios del Estado” (art. 3º), la custodia de las llaves (art. 4º), la atención “a las personas que quieran hacer algún estudio histórico en el Archivo” (art. 5º) y la restricción a entregar determinados documentos, cuyo uso “pueda perjudicar los intereses materiales o morales” de la Catedral..

 

Con respecto al apartado de “Horario de oficina” se dictan unas normas provisionales “mientras no esté terminado el arreglo del Archivo”. Se reduce, pues, a “una hora después del Coro de la mañana y en el verano lo mismo más una hora después del Coro de la tarde” (art. 7). Es curioso consignar que en el artículo 11 se determina de forma absoluta que “no se permitirá a nadie fumar en el Archivo o Biblioteca”.

 

Con relación al apartado de “Consultas” se dictan normas muy sabias –anticipo de las que se utilizarán en épocas posteriores- sobre la obligación que tiene el Archivero  de contestar a “las preguntas de carácter histórico que le hagan personas que están dedicadas a estos trabajos y no pueden visitar el Archivo” (art. 12), sobre la reproducción de documentos mediante fotografía (art. 13-14) y sobre el registro de consultas indicando el libro o revista en que se hayan de publicar los datos obtenidos (art. 15) .

 

El artículo 19º advierte que “la caja o fichero donde se guarden las papeletas y cuadernos o libros que constituyan el Índice o Índices del Archivo o Biblioteca estarán siempre cerrados con llave, que guardará el Archivero-Bibliotecario para evitar que manos profanas lo desordenen”.

 

El apartado de “Materiales” es muy breve y determina que “con cargo a la fábrica de esta S.I. Catedral se adquirirán los objetos y utensilios necesarios para la oficina y para los trabajos de Archivonomía y Biblioteconomía, siempre de acuerdo con el Sr. Tesorero” (art. 20).

 

Más amplio es el dedicado a “Préstamos”, en el que se prohibe la salida de documentos antiguos o artísticos y se regula la entrega de otros menos importantes, mediante el registro correspondiente y la firma del usuario (art. 21-24).

 

En cuanto a “Publicaciones”, se exige la información previa al Deán y se recomienda que se publiquen preferentemente en el Boletín Eclesiástico de la Diócesis y que se proponga “como base y plan de estos trabajos el completar y continuar y, si puede ser, rehacer la historia religiosa de este Obispado de Guadix y Baza escrita por el P. Suárez”. (art. 25-27).

 

Finalmente, en el último apartado, se prescribe que  se redacte “a la mayor brevedad posible una memoria en que conste a rasgos generales pero precisos el contenido y secciones del Archivo” (art. 28) y que se coloque “en sitio bien visible un cuadro con la distribución general del Archivo” (art. 29).

Como apéndice al Reglamento, se proponen las “Bases por las que se ha de regir el Beneficiado Archivero en la dirección del Periódico Católico de la Diócesis”.

 

A este histórico documento le siguieron varios más, como prueba de la preocupación que sintieron por el tema los prelados de nuestra diócesis en el primer tercio del siglo xx. Así, don Manuel Medina Olmos, que rigió la diócesis entre los años 1928 y 1936, en la Visita Pastoral que giró a la Catedral el 14 de enero de 1929 determinó formar una Comisión para el estudio de los Estatutos y del Archivo de la Catedral, formada por el arcipreste, don Francisco Vargas, y el doctoral, don Juan de Dios Ponce y Pozo. Fruto de ella fue la aparición de  un nuevo Reglamento en diciembre de 1930[12]. En él “se reforma el anterior… para introducir las prescripciones de la Santa Sede publicadas en la Circular de la Nunciatura Apostólica de 1º de Octubre de 1929” y se reproduce  el mismo esquema, introduciendo algunas modificaciones, que afectan sobre todo al capítulo de personal. En concreto, el cargo de archivero irá “anejo a una Canonjía de oposición” y el de auxiliar “anejo a un Beneficio”. También se amplía notablemente la misión del archivero, ya que, además de “catalogar, custodiar y servir” al archivo y biblioteca, se le faculta para “dar normas a los encargados de los archivos eclesíásticos de la diócesis para su buena ordenación y catalogación, visitándolos personalmente, si así se lo ordenare el prelado”. También se le encomienda “dar en cada curso escolar a los seminaristas o a los sacerdotes las conferencias teórico-prácticas que el prelado disponga sobre Archivología y sus ciencias auxiliares”. En el resto de los  apartados no hay innovaciones importantes y prácticamente se repite a la letra la normativa del reglamento anterior. El horario sigue siendo el mismo  porque todavía no está terminado el arreglo del archivo y se insiste en la prohibición absoluta de fumar en él. Esta normativa es la que seguirá rigiendo en los años posteriores hasta la guerra civil, que impuso un corte radical en toda la actividad diocesana.

 

La Biblioteca Capitular

 

Aunque estrechamente ligada a la historia del Archivo, presenta peculiaridades que es necesario conocer para tener una idea clara de su evolución.[13]

 

Existen indicios de su origen en el mismo siglo xvi. Pero será más adelante cuando sus fondos bibliográficos, al igual que en otras bibliotecas capitulares, se formen básicamente por tres canales de adquisición: la producción propia, la compra y la donación. De todos ellos hay testimonios fehacientes, como consta en la comunicación citada. En el capítulo de compras, ya en 1781 hay una propuesta del señor doctoral “para comprar el tomo de emblemas de Solórzano”[14]. Y en cuanto a donaciones particulares, hay numerosos testimonios en los siglos xviii y xix, empezando por las que solían hacer los propios obispos. La primera donación de que se tiene referencia es la “apuntación de los libros que dejó al Cabildo el señor Bocanegra” [15]. Se refiere al obispo don Francisco Alejandro Bocanegra y Jivaja, que rigió la diócesis desde 1757 a 1773 y, al ser trasladado a Santiago de Compostela, dejó a la catedral gran cantidad de obras importantes. Y, junto a los obispos, abundan las referencias a canónigos y fieles particulares,  cuyas generosas  donaciones han ido enriqueciendo la biblioteca capitular.

 

En cuanto a su ubicación, no hay constancia documental exacta, pero se supone que se hallaba en habitaciones anejas al propio templo catedralicio hasta que,  en la segunda mitad del siglo xx, se le adjudicaran varias vitrinas en el  Museo. De lo que sí hay constancia es de las normas adoptadas por el Cabildo, en su  sesión extraordinaria celebrada el 6 de abril de 1778,  para la  buena conservación, limpieza y utilización de la entonces llamada Librería capitular. Fueron seis acuerdos, eminentemente prácticos, que revelan el interés de los señores capitulares por la Biblioteca.[16] El 1º se refiere al registro de los libros recibidos por donación, en el que se deben anotar el título, calidad y cantidad de éstos, junto al nombre de sus donantes. Así mismo debe hacerse un “índice de todos los libros, con distinción y orden”. El 2º acuerdo habla de “que los tres señores canónigos de oficio se hayan y tengan desde ahora para en adelante como unos bibliotecarios natos… alternando por cuadrimestres en cuidar la librería”. Así mismo determina medidas muy concretas para la limpieza periódica de los libros. En el 3º y 4º acuerdos se responsabiliza al Secretario del Cabildo de la custodia de la llave, que “sólo podrá confiar al señor Obispo, señores capitulares y demás prebendados, recogiendo precisamente un recibo o zédula firmada por el sugeto, a quien entregue el libro o libros”. También debe supervisar la labor de los encargados de la  librería para evitar que ningún ejemplar se extravíe. Y, según el acuerdo 5º, “el Secretario del Cabildo, al tiempo que entregue los libros, prevendrá atentamente que los traten con aseo y limpieza, sin doblar algunas ojas para registros y señaladamente que no rayen, ni marginen de pluma, por la deformidad que esto suele causar”. Finalmente, el acuerdo 6º determina que “los señores bibliotecarios nunca tendrán facultad por sí para cambiar, ni enagenar libro alguno”. En caso de considerar conveniente algún cambio deben contar con la aprobación del Cabildo. Este interés por la Biblioteca de la Catedral se mantendría en el siglo xix y culminaría en los  reglamentos comentados del primer tercio del xx.

Los últimos arreglos

 

Durante la Guerra Civil (1936-1939) la Catedral fue profanada y expoliada de muchos objetos de valor artístico, pero milagrosamente los fondos archivísticos y bibliográficos apenas si sufrieron daño y se conservaron arrumbados en habitaciones  cerradas y alejadas del público. Tras la contienda, según  Jaramillo Cervilla en el artículo citado, “el Archivo entra en una etapa de languidez y descuido, de la que no vino a salir hasta el pontificado del obispo Ignacio Noguer Carmona, que, consciente de su enorme valor histórico, tomó tres medidas de gran trascendencia: la primera fue nombrar archivero, en 1980, al sacerdote D. Ángel Muñoz Quesada… la segunda, cambiar el archivo del lugar oscuro y húmedo donde se encontraba al actual, en el entresuelo de la Curia, dándole, además, entrada propia; y la tercera, auspiciar la creación del Instituto de Estudios “Pedro Suárez” en 1981, que tiene su sede en el propio Archivo y que está dedicado preferentemente   a la investigación histórica, de la que es fruto un Boletín que edita anualmente”[17].

 

En efecto, hasta el año 1980 el Archivo y la Biblioteca de la Catedral estuvieron situados en dependencias anejas al templo; más concretamente en una sala contigua a la Capilla del Beato Fray Diego José de Cádiz, formando parte del Museo catedralicio, la biblioteca, y en varios armarios distribuidos en habitaciones laterales, los documentos del archivo. Pero, dado el estado de estas “habitaciones menos adecuadas y, sobre todo, poco accesibles”[18], se pensó en su traslado a otros locales más idóneos. Fue entonces,  en dicho año, cuando el mencionado archivero diocesano, debidamente autorizado por el Obispo y el Cabildo[19], procedió a realizar esta operación “con la colaboración de varias personas”. Al mismo tiempo, se trasladaron los fondos del archivo diocesano, depositados hasta entonces en la Curia, (anteriormente se había trasladado la Biblioteca del Seminario) a los citados bajos del Palacio episcopal. Operación digna de elogio, porque don Angel, que entonces había superado ya la edad de la jubilación, trabajó personalmente con medios rudimentarios para hacer este traslado, desde  la catedral y la curia, hasta su actual emplazamiento. Terminada esta operación, se dedicó después con ejemplar entusiasmo a ordenar los fondos trasladados, que “estaban en una completa confusión, habiendo perdido el orden y catalogación que tenían los legajos desde antiguo”[20]. Y en esta tarea (en la que contó también con la valiosa colaboración de la Diputación Provincial, que becó a dos estudiantes de Filosofía y Letras para la catalogación de dicho material) prosiguió  hasta su fallecimiento en 1986 sin terminarla, pero dejando marcadas las líneas de trabajo para el futuro.  Le sucedió en el cargo de archivero diocesano don Andrés Gea Arias, que continuó la labor de su predecesor, alternándola con su actividad pastoral en las parroquias de Caniles y San Juan de Baza. sucesivamente. Con ayuda de los sacerdotes  don Antonio Cascales Puertas y  don Juan de Dios Guerrero Portillo, el nuevo responsable siguió ordenando y catalogando los cientos de legajos, que fueron revisados, ya que la mayoría de ellos estaban compuestos de gran diversidad de materias. Una vez clasificados, se fueron depositando en cajas archivadoras (más de tres mil para ambos archivos: diocesano y catedralicio) y colocándolas sobre estanterías metálicas. También don Andrés se dedicó a esta dura tarea hasta que, de forma inesperada, la muerte le llegó el 20 de agosto de 1996. Su labor fue continuada por el siguiente archivero, don Juan José Toral Fernández, durante tres años (1996-1999)  y por el actual equipo, que encabeza el que suscribe, y que intenta modestamente custodiar y dar utilidad al valioso legado de nuestros antecesores.

 

En este sentido, el conjunto de todos los fondos archivísticos reseñados, que constituyen el Archivo Histórico Diocesano y Catedralicio de Guadix, además de las bibliotecas del Seminario y de la Catedral ubicadas en el mismo espacio, están debidamente atendidos y ofrecen sus servicios, mediante un horario y normativa razonables, a los investigadores y estudiosos  de nuestra historia. .Entre éstos hay que destacar a los miembros del Instituto de Estudios Pedro Suárez, que fue creado por don Ignacio Noguer Carmona el 1 de marzo de 1988  “para colaborar en la investigación, conservación y difusión del Patrimonio Cultural Diocesano” según reza el artículo 1º de sus estatutos[21]. Prueba de su eficacia es la edición anual de un Boletín  que, hasta el año 2004, ha publicado ya 17 números de magnífica presentación y sustancioso contenido, con estudios variados que, en gran parte, utilizan los fondos de este Archivo, al servicio de nuestra cultura.

 

Para cerrar este apartado hay que indicar que la regulación actual de Archivo y Biblioteca está recogida en los Estatutos vigentes de la Catedral, aprobados por el mencionado obispo don Ignacio el 31 de marzo de 1989[22]. En su artículo 29 se citan, entre los “otros oficios” (para distinguirlos de las “canonjías de oficio”), los de Archivero y Bibliotecario, que suelen ir unidos en una misma persona. Por ello, en el artículo 44 se describen las competencias del Archivero-Bibliotecario, resumidas en seis apartados, que sustancialmente coinciden con las señaladas en ordenaciones anteriores. También en el Reglamento de Régimen Interno del Cabildo Catedral, aprobado por el obispo actual, don Juan García-Santacruz Ortiz, el 28 de febrero de 1998[23], se dedica todo un artículo (el VI) al Archivo Capitular. En él se afirma que “constituye por sí mismo una riqueza documental histórica y un acervo cultural extraordinario, que debe ser cuidado con esmero por este Cabildo y de una manera especial por el Archivero” (art. 35). Después se describe la misión de éste, ampliando lo establecido en los Estatutos y resumiéndola en tres apartados: Atender a su diligente custodia, facilitar su uso y velar por su conservación.

 

Leovigildo Gómez Amezcua

 

 

Nota:

Tras el nombramiento de Don Leovigildo Gómez Amezcua, como archivero, Don Ginés García Beltrán, nuevo obispo, nombró archivero a don Manuel Amezcua Morillas, y dispuso el traslado de todos los archivo y bibliotecas, cuyos materiales residían en siete lugares diferentes, a el templo de la Magdalena, cuya descripción encontramos en esta misma web.

[1] Sobre la evolución histórica de nuestro Archivo véase LÓPEZ GUERREO, Rosa Mª y ÁLVAREZ CASTILLO, Mª Angustias: “El Archivo Diocesano y Capitular de Guadix. Datos para su historia”, en. Homenaje a Tomás Quesada Quesada, Universidad de Granada, 1998; y JARAMILLO CERVILLA, Manuel: “Archivo Histórico Diocesano y Catedralicio”, en la revista Hespérides, 5, Cádiz (2001) 31-33.

[2] Archivo de la Catedral de Guadix (ACG) Consueta, 1556, cap. 92, f.113 v.

[3] ACG,  Libro de Fábrica 1548-1565, f. 105 y 107.

[4] ACG,  Actas del Cabildo nº 1, f. 296v-302v.

[5] LÓPEZ GUERRERO y ÁLVAREZ CASTILLO, art. cit. pp. 742-743.

[6] ACG, Libro de Actas nº  28, f. 1038v-1039.

[7] LÓPEZ GUERRERO, Rosa Mª: “El establecimiento de la Biblioteca Capitular de Guadix”, en Actas del II Coloquio de Historia de Guadix (Noviembre, 1994) 107-112.

[8] ACG, Libro de Actas nº.53, 279-291.

[9] ACG, Libro de Actas nº 54, 294.

[10] JARAMILLO CERVILLA, M. art. cit.

[11] ACG, Libro de Actas nº 55, 495-498

[12] ACG. Libro de Actas nº 55, p.705-710

[13] Sobre este tema véase la interesante comunicación presentada por LÓPEZ GUERRERO, Rosa Mª, en el II Coloquio de Historia  (Guadix, 1994)  citada en la nota 8.

[14] ACG, Libro de Actas nº 31, 400.

[15] ACG, Libro de Actas, nº 30, 230-231v. Cabildo del 21 de enero de 1773.

[16] ACG, Libro de Actas nº 31, 22-23.

[17] JARAMILLO CERVILLA, M. art. cit.

[18] Boletín Oficial del Obispado de Guadix-Baza, (BOGB)1980, 674.

[19] ACG, Libro de Actas nº. 57, p. 54 (21 de Julio de 1980)

[20] BOGB 1995, 103ss. (Artículo de. Andres Gea Arias)

[21] BOGB 1988, 481 y 492-495.

[22] BOGB 1989, 336-358. (Decreto de aprobación y texto de los estatutos).

[23] BOGB 1998, 13-14. (Sólo decreto aprobatorio).

bottom of page